martes, 1 de mayo de 2012

Conferencia de Punchauca


Conferencia de Punchauca

Entre marzo y mayo de 1821 el representante del nuevo gobierno constitucional de España, don Manuel Abreu gestionó negociaciones de paz entre La Serna y San Martín. Incluso logró que ambos jefes se entrevistaran personalmente en la casa hacienda Punchauca, en la actual Carabayllo, al norte de Lima.

El encuentro ocurrió en 2 de junio de 1821. El Libertador ofreció al Virrey una transición pacífica a una monarquía constitucional encabezada por un español pariente de Fernando VII. El Virrey, por influencia de sus generales, rechazó la propuesta y decidió continuar la guerra. Nuevamente se reanudaron las hostilidades. El Virrey volvió a Lima y San Martín ordenó la movilización de sus fuerzas regulares e irregulares para cercar la Capital del Perú.

Testimonio de Tomás Guido. General Patriota que acompaña a San Martín en Punchauca

Se acordó que, ratificado que fuese el armisticio, los generales La serna y San Martín, acompañados de sus respectivos diputados y demás personas que convinieron, tuviesen una entrevista en el día y lugar que se designara “para que vencidas las dificultades que por una y otra parte se presenten, procedan inmediatamente a ajustar el armisticio definitivo”
Habiéndose seguido las negociaciones sin interrupción en los términos de una cordial franqueza, invitaron los diputados independientes a los de la junta, el 30 de mayo para que, de conformidad a lo acordado, tuviese lugar en la mañana del día siguiente, en la misma hacienda de Punchauca, la proyectada entrevista de los generales; anunciando al propio tiempo que el general San Martín “estaba dispuesto a concurrir a ella acompañado del jefe del Estado Mayor del Ejército de su mando, de dos jefes superiores, un ayudante de campo, un oficial de ordenanzas y cuatro soldados, la misma comitiva que el señor Don José de la Serna podía designar si gustase. La invitación fue en el acto aceptada. Más solo el 2 de junio, a causa de una indisposición del virrey, pudieron avistarse los campeones en cuyas manos estaba entonces la suerte del Perú.
Desde el día 1º el General San Martín se puso en marcha para el lugar de la cita. Formaban su séquito los renombrados coroneles Las Heras, Paroissien, Necochea; los tenientes coroneles Spry, Raullet y cuatro ordenanzas: en el campo de Carabaillo a las 5 de la tarde, encontrárosle sus diputados a quienes se había agregado el general Llano y el capitán Moar. Juntos se dirigieron al punto convenido. El día 2 a las 3 y tres cuartos, salieron a recibir al Virrey del Perú- y general en jefe del Ejército del Rey- Llano, Las Heras, Paroissien, Necochea, Guido y Don Juan García del Río. Alistaron se con Él al sur de Guacho; venía acompañado del general La Mar, el Brigadier Monet, el Brigadier Canterac y los tenientes coroneles Landázuri, Ortega y Camba. La comitiva escoltada por cuatro dragones españoles, llegó a las 3 y cuarto a Punchauca. Al aproximarse a la casa donde se le aguardaba, el general San Martín se adelantó al vestíbulo, y al estar al hablaron los que venían y que se habían agrupado, preguntó con aire placentero quien de aquellos señores era el general La Serna. Este distinguido caballero español, de gallarda presencia y nobles modales, que tenía oculta debajo de la sobrecasaca, la banda carmesí, distintivo de su autoridad el cual se lo dio a conocer. Entonces se acercó a sus caballo, y luego que el virrey puso el pie en la tierra, lo abrazó estrechamente, saludándole con estas afectuosas palabras: “venga para acá; están cumplidos mis deseos, general, porque uno y otro podremos hacer la felicidad de este país” . La Serna le corresponde con igual cordialidad, y ambos del brazo entraron al salón, precedidos de aquellos briosos militares que por primera vez se contemplaban con mutua admiración y respeto. La primera media hora se pasó en tomar refrescos y en esa conversación franca y animada, usual entre los hombres de armas de origen distinguido y culta educación. “Los protagonistas de esta escena, apartaronse durante algunos minutos y conferenciaron a solas”.
En seguida San Martín invitó a la Serna y los jefes principales de ambas delegaciones, a pasar al ambiente inmediato, en donde se reunieron presididos por uno y otro personaje. Entonces el general del Ejército Unido tomó la palabra y dirigiéndose al caudillo español le dijo con voz firme “General, considero este día como uno de los más felices de mi vida. He venido al Perú desde las márgenes del Plata, no a derramar sangre, sino a fundar la libertad y los derechos de que la misma metrópoli ha hecho alarde al proclamar la constitución del año 12, que V.E. y sus generales defendieron. Los liberales del mundo son hermanos en todas partes. Los comisionados de V. E. , entendiéndose lealmente con los míos, han arribado a convenir en que la independencia del Perú no es inconciliable con los más grandes interese de España, y que al ceder a la opinión declarada de los pueblos de América contra toda dominación extraña, harían  a su patria un señalado servicio, si fraternizando con un sentimiento indomable, evitan una guerra inútil y abren las puertas a una reconciliación decorosa.
Pasó ya el tiempo en que el sistema colonial pueda ser sostenido por la España. Sus ejércitos se batirán con la bravura tradicional de su brillante historia militar. Pero los bravos que V. E. manda, comprenden que aunque pudieron prolongarse la contienda, el éxito no puede ser dudoso para millones de hombres resueltos a ser independientes; y que servirán mejor a la humanidad y a su país, si en ves de ventajas efímeras pueden ofrecerles emporios de comercio, relaciones fecundas y la concordia permanente entre hombres de la misma raza, que hablan la misma lengua y sistema con igual entusiasmo y el generoso deseo de ser libres. No quiero general que mi palabra sola y la lealtad de mis soldados, sea la única prenda de nuestras rectas intenciones. La garantía de lo que se pacte, la fío a vuestra noble hidalguía. Si V. E. se acepta cesar la lucha estéril y enlaza sus pabellones con los nuestros para proclamar la independencia del Perú, se constituirá un gobierno provisional, presidido por V. E. compuesto por dos miembros más nombrado uno por V.E. y otro Yo; los ejércitos se abrazarán sobre el campo; V.E. responderá de su honor y su disciplina; y Yo marcharé a la Península, si necesario fuere, a  manifestar el alcance de esta alta resolución , dejando a salvo en todo caso hasta los últimos ápices de la honra militar, y demostrando los beneficios para la misma España de un sistema que, en armonía con los intereses dinásticos de la casa reinante, fuese conciliable con el voto fundamental de la América independiente”

El hecho es que la Serna, sus diputados y sus jefes, escuchaban las palabras de San Martín con signos de contentamiento y calurosa aprobación, pero La Serna no podía disimular la aparente sumisión ante lo que acababa de exponer, postergó discretamente la trascendencia de una revolución definitiva con un breve y expresivo discurso, prometiendo contestar en el corto espacio de dos días.
Adelantándose la imaginación a los sucesos, se inició la negociación sobre la forma en que las tropas de los ejércitos, reunidos en la plaza de Lima, deberían concurrir a solemnizar el acto de la declaración de la independencia peruana, así la casa convirtieron en un cuartel general, en que americanos y españoles se felicitaban con efusión por el término de una guerra obstinada, y por la perspectiva del más risuelo porvenir.
A las cinco de la tarde se sirvió una mesa sencilla a cuya cabecera se sentaron los dos famosos caudillos, quienes a juzgar por su radiante alegría, habían completamente olvidado su rivalidad y la distinta ruta a que les empujaba la fortuna. El buen humor reinaba durante el rústico banquete. Los jefes que los presidían se saludaron con expresiones significativas y corteses. Pidió seguidamente el general La Mar, inspector general de la infantería y caballería del ejército español, y después de una corta alocución, llena de fuego y del sentimiento americano, que desbordan en su pecho, bebió una copa al venturoso día de la unión y a la solemne declaración de la independencia del Perú. El general Monet, salió de su gravedad habitual y parado sobre la silla para hacerse escuchar mejor, siguió el mismo tema, excitando con los más ardorosos conceptos a festejar aquella memorable jornada. Los oficiales y los comisarios del ejército unido, no cedieron, como debe imaginarse, en la vehemente manifestación de sus votos a sus colegas militares del ejército real, y el festín se convirtió al cabo de una serie de libaciones entusiasta a la libertad y a la independencia del Perú. En un intervalo San Martín me llamó aparte y me abrazó con calor. Terminaba la comida, que fue corta, el virrey y su séquito se despidieron con señalada muestras de congratulación, quedándose el general San Martín en Punchauca, de donde al poco tiempo regresó a sus campo, mientras sus diputados se preparaban a trasladarse al nuevo alojamiento que se había convenido en las inmediaciones de la capital.
  •  V.E.  es Vuestra Exelencia

Andrés García Camba, general español que lucho contra la fuerzas de San Martín, dice en sus memorias que las negociaciones de Punchauca fueron inútiles y aún perjudiciales para la causa del rey, y que no tuvo otro resultado que el dejar ganar tiempo al enemigo del cual supo sacar provecho: adelantando tropas hacia el interior, levantar nuevas facciones y hacer sentir en la capital los tristes efectos de la escasez de víveres; así como a las tropas realistas considerables bajas, que sumado a las deserciones y enfermedades ocasionaba en Aznapuquio. En este contexto va tomando crédito en Lima la idea de que, variando de dominio, se hallaría alivio a lo penoso de la situación.

 Fuente: 
Rodolfo Loayza S (Editor). El Impacto de San Martín en el Perú. Testigos de la Historia